La leyenda del Acueducto de Segovia
Antes de la construcción del Acueducto, los segovianos debían recorrer un largo camino fuera de la ciudad para recoger el agua que necesitaban diariamente. Cuando precisaban grandes cantidades, se veían obligados a hacer varios viajes al día. Una muchacha, que servía en una mansión situada en lo más alto de la ciudad, tenía entre sus obligaciones cuidar de que no faltase en ella el líquido elemento.
Diariamente tenía que bajar a la plaza del Azoguejo, con dos cántaros y regresar cargada con ellos; la muchacha se sentía muy desdichada por la tarea que tenía que llevar a cabo, día tras día, sus fuerzas se fueron extinguiendo hasta debilitarla de tal modo que temía no poder seguir con su trabajo.
En una ocasión en que el calor contribuía a hacer más dura la tarea, se sentó en una esquina de la cuesta, tan desesperada que lanzó una exclamación:
- ¡Daría lo que fuese con tal de liberarme de esta esclavitud!
Justo en el momento de terminar su exclamación, oyó una voz que le decía:
-¿Es verdad eso que dices?
- Claro que si, pero soy pobre y no tengo nada que dar, respondió acongojada.
Al momento apareció un hombre moreno, con barba, muy elegantemente vestido de negro. Y le dijo:
- Yo haré llegar el agua a la puerta de tu casa, y sí que puedes darme algo a cambio... ¿me darías tu alma?
- ¿Mi alma? Claro, y yo ¿para que quiero el alma si no me sirve de nada?
Sacó el hombre de negro un pergamino, entregándoselo a la muchacha que debía firmarlo con su propia sangre, en el cual se acordaba la entrega de su alma cuando el agua llegase a la puerta de su propia casa. La muchacha, a punto de firmar el pergamino, impuso como condición que el agua llegaría al lugar pactado antes de que el gallo cantase al amanecer, porque no era capaz de resistir una jornada más. Aceptó la condición el hombre de negro y acto seguido firmó el acuerdo la muchacha, viendo como el hombre se transformaba en el mismísimo diablo y desaparecía, esparciendo un fuerte olor a azufre y lanzando una estrepitosa carcajada.
Cargó de nuevo la muchacha con los pesados cántaros y se alejó del lugar, pensando que el calor y el cansancio le habían producido un mal sueño.
No se acordó del suceso en todo el día, pero al llegar la noche, se desató sobre Segovia una extraordinaria tormenta, nunca vista antes por aquellos lugares. Los rayos y centellas eran intensamente atronadores y luminosos. Tanto que parecía ser de día.
La muchacha despertó asustada y pronto comprendió que el suceso de la tarde anterior no había sido solo un sueño... se sintió entonces aterrorizada.
Allá a lo lejos divisó al diablo, que volaba por los aires transportando enormes piedras, cavando zanjas y levantando con una velocidad impresionante, los pilares que darían lugar a los arcos sobre los que pasaría la acequia canalizadora del agua desde el arroyo Acebeda.
Aterrorizada, la muchacha no pudo dormir más, manifestando en oración a Dios su más sincero arrepentimiento y suplicando que no se cumpliera el pacto. Rogaba por la salvación de su alma y observando a través de la ventana como el diablo avanzaba a pasos agigantados en la construcción de tan impresionante acueducto. Creyendo perdida para siempre su alma, pues ya estaba la obra concluida a falta de colocar la última piedra que llegaba de camino, cuando se escuchó el canto del gallo y asomaba el primer rayo de luz de la mañana. Atónito se quedó el diablo al escuchar el canto del gallo y furioso por haber perdido por un segundo la apuesta.
Cuando los segovianos se levantaron y vieron aquél extraordinario acueducto, no comprendieron porque estaba allí. Fue la muchacha, aún asustada por haber estado a punto de perder su alma, la que contó al sacerdote lo que había ocurrido.
Y en acción de gracias, los segovianos llevaron hasta el acueducto una imagen de la Virgen y otra de San Esteban, patrón de los monederos segovianos, colocando una a cada lado, justo en el hueco que el diablo había dejado por colocar la última piedra.
Desde entonces, los aguadores segovianos pudieron hacer más llevadera la tarea de abastecimiento de agua, gracias al diabólico acueducto que, aún hoy, sigue protegido por las imágenes.
Posted by Mamots at 20:09
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